La toma del Palacio de Justicia en 1985 sigue siendo uno de los capítulos más oscuros y controvertidos de la historia reciente de Colombia. La narrativa de los eventos y sus implicaciones ha sido moldeada por múltiples actores, incluyendo periodistas que, a veces, se vieron inmersos en la complejidad del conflicto armado. Es fundamental examinar críticamente cómo estas historias fueron contadas, y la influencia que los grupos armados pudieron ejercer sobre la información.
Uno de los trabajos más reconocidos sobre el tema es Noche de lobos de Ramón Jimeno, un autor cuya proximidad al M-19 ha levantado interrogantes sobre la objetividad de su relato. Jimeno tuvo un acceso privilegiado a Clara Helena Enciso, la única guerrillera sobreviviente de la toma que ofreció su testimonio. Sin embargo, este testimonio estuvo inicialmente condicionado y supervisado por el propio comando del M-19, lo que sugiere una construcción deliberada de la «versión oficial» y una posible manipulación de los hechos para proteger los intereses del grupo insurgente.
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La narración de Jimeno sobre Enciso revela un detalle crucial: su entrenamiento no fue militar, sino que se enfocó en el estudio de expedientes sobre la inconstitucionalidad del Tratado de Extradición. Esta información contrasta con su posterior participación en la toma. Sorprende aún más que, a pesar de conocer este contexto, Jimeno desestimara la tesis del posible financiamiento del narcotráfico para la operación, una teoría que ha ganado fuerza con el tiempo. La censura final del reportaje por parte de la Dirección del M-19 para «seguridad de Clara Helena» subraya el control que la guerrilla ejercía sobre la información y cómo moldeaban la percepción pública.
La Teoría de la «Ratonera» y sus Contradicciones
Jimeno popularizó la teoría de la «ratonera», argumentando que los militares conocían de antemano la inminente toma del Palacio y que, deliberadamente, retiraron la vigilancia para crear una trampa y aniquilar al M-19. Sin embargo, esta hipótesis plantea serias inconsistencias. Primero, la decisión de retirar la vigilancia recaía en la Policía, una institución que en aquel entonces enfrentaba sospechas de connivencia con el narcotráfico. Segundo, la cúpula del M-19 no fue exterminada; por el contrario, siguió operando con normalidad después de la masacre, incluso supervisando la versión de Enciso. La lógica de una «ratonera» se desvanece si los principales líderes del grupo estaban a salvo y fuera del alcance militar.
Olga Behar y el «Periodismo Comprometido»
Otra figura clave en la construcción de la narrativa del Palacio de Justicia es Olga Behar, autora de Noches de Humo, un libro que, al igual que el de Jimeno, tiene a Clara Helena Enciso como eje central. Behar convivió con Enciso en México, lo que le dio una perspectiva íntima de la guerrillera. No obstante, surge la pregunta sobre la objetividad y los posibles conflictos de interés, especialmente considerando que Behar se casaría posteriormente con Gerardo Ardila, un importante estratega del M-19, a quien curiosamente no menciona en sus obras.
Behar defiende un «periodismo comprometido y de autor», donde se permite mezclar la ficción con el oficio para, según ella, ofrecer una visión más informada. Así, su libro es una «novela histórica» que personifica la justicia, la sociedad civil, la guerrilla y los militares. Este enfoque, aunque busca profundidad, también abre la puerta a la subjetividad y a la posibilidad de que la realidad sea maleable en aras de una narrativa específica, alejándose de los principios de rigor e imparcialidad que se esperan del periodismo.
Reflexiones Críticas sobre el Periodismo de los 80
Es innegable que muchos periodistas de los años ochenta se vieron seducidos por la épica de los movimientos guerrilleros, idealizando a «delincuentes políticos sanguinarios» y adoptando sus narrativas sin un escrutinio suficiente. Esta fascinación, sumada a la protección de «fuentes» clandestinas, a menudo llevó a una falta de imparcialidad ideológica y a la dificultad para distinguir entre hechos y opiniones.
Hoy, el periodismo contemporáneo exige un rigor mucho mayor, una verificación exhaustiva de los hechos y una clara delimitación entre la información y la interpretación. Las lecciones del Palacio de Justicia y las narrativas periodísticas que lo rodearon nos recuerdan la importancia crítica de la independencia, la objetividad y la ética para garantizar que la historia se cuente de manera justa y completa, sin ceder ante la influencia de agendas externas o intereses particulares.
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